
Hicimos la prueba de sonido, imagínense, sampler, bandejas, mixer y bajo. Pero todo lo mezclábamos nosotros. Era un poco de ciencia ficción. En eso llego Daniel Viglietti, con su guitarra, su sonrisa, y su apretón de manos fuerte. "Qué bueno que estén acá muchachos, los conocía de nombre, hoy voy a conocer su música" nos dijo. El maestro a nosotros, unos nadies. Así era el tipo, un investigador incansable de la música que se hace en esta parte del mundo, y un militante incansable de las causas por un mundo mejor.
La segunda vez que nos cruzamos fue en 2009, cuando hicimos una colaboración con una banda sueca que estaba de gira y tocaba en el teatro Florencio Sánchez en el Cerro. Subimos al escenario para tocar en una canción, a los 5 minutos bajamos todos sudados, habíamos gastado energía y movido bastante el ambiente. Habíamos gritado, saltado y sobretodo grooveado. Viglietti vino hasta el camarín, estaba ahí para saludar a los suecos, de los cuales uno era hijo de un amigo suyo. Nos mira y nos dice "en mi próxima vida voy a ser rapero, para divertirme así tocando"
No habrán otras oportunidades de cruzarlo. No pensábamos escribir sobre él, sino sobre esos pequeños momentos en que nos lo cruzamos, y que en segundos demostró todo lo solidario, atento y copado que puede ser un gran maestro de la música, un gran maestro en esto de ser un humano bien humano. Hasta siempre Daniel.